El cerro de la tetilla

 El pueblo encantado del cerro de la tetilla


En tiempos en que esta región carecía de ferrocarril y de carreteras, todos sus habitantes, desde Autlán de la Grana (hoy de Navarro), Puerto de Peñas (actualmente Puerto Vallarta y Mascota), así como otros pueblos intermedios del occidente de Jalisco, para transportarse de sus lugares de origen a la ciudad de Guadalajara era forzoso su paso por Ameca, y el viaje lo hacían a lomo de mula, a caballo y en última instancia en un paciente borrico.

Cierto vecino del poblado de Tacota, arriero de oficio, joven bien parecido, alto, fornido, valiente y emprendedor, en una ocasión que hacía el viaje habitual de su pueblo hacia la ciudad de Amecapor el camino que atraviesa el cerro de la Tetilla, la Atrevida y el Realito, al atravesar con su recua de mulas el espeso bosque formado por gigantescos pinos, añosos encinos y corpulentos robles, llegó a un ojo de agua de los muchos que hay en dicho cerro. 

Hizo alto con sus animales, descargó los cajones de madera llenos de adoberas de queso añejo, juntó un poco de leña, encendió una lumbrada y en las brasas calentó los tacos de frijoles refritos, las quesadillas y un pedazo de cecina que su madre le había puesto en el morral y comió con gran apetito, saciando su sed, bebiendo del agua zarca y fría del manantial. 
De repente, de la espesura del bosque salió una bella joven de tez apiñonada, de grandes ojos negros y finas facciones; sus labios rojos dibujaban una ligera e inocente sonrisa que dejaba entrever una blanca dentadura que semejaba un rico collar de perlas, y enmarcaban la belleza de su rostro y la delicadeza de su talle dos largas trenzas color azabache.

Al llegar, hizo una ligera inclinación a manera de saludo al joven arriero, y sin más ni más se puso a llenar su cántaro del preciado líquido del manantial que brotaba al pie de un encino-roble. 

Ya se disponía a retirarse, cuando el joven arriero picado por la curiosidad y la admiración que le había provocado aquella solitaria beldad, emocionado le preguntó si no le daba temor caminar sola por el bosque tan poblado de tigrillos y de bandoleros. Ella amablemente le contestó que no, que el pueblo donde vivía no estaba lejos, que a ella se le permitía una sola vez al año salir a llevar agua de la fuente, guiada por la esperanza de encontrar un hombre decidido y valiente que fuera capaz de romper y acabar con el encantamiento que pesaba sobre su pueblo y sus habitantesIntrigado, el arriero y sobre todo acicateado por el deseo de desengañarse quién era aquella joven, ver de qué pueblo le hablaba,pues él conocía el cerro como la palma de su mano, incontables veces lo había recorrido juntamente con otros cazadores en busca de venados y jabalíes, y sabía que los poblados más próximos eran el de Quila, El Texcalame, El Magistral y su pueblo de Tacota. Sin embargo, le manifestó que estaba dispuesto a luchar
por terminar de una vez por todas con el misterioso encantamiento, siempre y cuando ella le dijera lo que debía hacer.

De pronto, le dijo que la siguiera en silencio hasta el pie del picacho que está en la cima del cerro. Al llegar al frente del peñón estaba la entradade una amplia cueva en la cual se adentraron tanto, que en un momento dado se vieron envueltos por la oscuridad más completa que sólo duró unos cuantos segundos, porque luego vino la claridad de un día luminoso y a su vista apareció el panorama de un hermoso valle con un pueblo al centro, rodeado de huertas cultivadas con gran variedad de árboles frutales y primorosos jardínes que lucían delicadas y perfumadas flores.

 Al llegar a la casa de la joven, que más parecía un palacio que una casa habitacional, ella, rompiendo el silencio que durante el recorrido habían guardado, le indicó al arriero que mientras entraba a su casa a dejar el cántaro, él se dedicara a cortar la fruta que más le gustara, advirtiéndole que allí no la probara, sino hasta que estuviera de regreso en su casa, debiendo comerla toda el mismo día.

Habiendo entrado el arriero a las huertas, cortó unas dos docenas de ricas naranjas. Cuando regresó la joven, dirigiéndose al arriero le dijo que para lograr el término del encantamiento de su pueblo y de sus gentes, debería él cargarla sobre sus espaldas y llevarla hasta la casa que tenía en Tacota; que durante el trayecto iba a oír tropeles como si cientos de furiosos enemigos montados en briosos caballos fueran tras de ellos queriendo darles muertes, además de una gritería espantosa yuna de improperios como para sacarlo de quicio; pero que él debería caminar sereno, imperturbable, sin voltear hacia atrás, porque de hacerlo todo sería inútil, que ella desaparecería al instante. 

La supuesta persecución terminaría como por encanto, y que todo permanecería en el mismo estado de antes de conocerse; pero que si lograba salir airoso sin voltear hasta llegar a su casa, aparte de conseguir el desencantamiento de su pueblo, ella estaba dispuesta a ser su esposa

El arriero, animado del mejor de los propósitos, y sintiendo un tierno afecto por la joven, la cargó sobre su espalda y emprendió el viaje hacia su domicilio en Tacota. Apenas habían salido de aquel pintoresco valle y de la cueva oscura, el arriero sintió una rara sensación de fuerte temblor de tierra, luego el cielo se cubrió de negros nubarrones y los relámpagos y los truenos se sucedían sin interrupción; más adelante se oyó un espantoso tropel con un ensordecedor choque de espadas y machetes y una ininterrumpida serie de detonaciones de armas de fuego, como si se estuviera librando fuerte combate, y finalmente una de injurias que lo herían en lo más íntimo de su amopropio, continuando así hasta que llegó a su casa.

 Al abrir la puerta y luegcerrarla tras de sí, involuntariamente volteó, sucediendo lo que la joven le había dicho. 

Ella desapareció en un instante, cesó por completo el infernal estruendo y el vocerío fue seguido por un absoluto silencio. Al arriero sólo le quedó el grato recuerdo de la bella joven y de su pueblo encantado, y las naranjas en su morral que no eran tales, sino relucientes esferas de oro.

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